Dicen que durante la crisis de los
misiles con la Unión Soviética, en octubre de 1962, el presidente John F.
Kennedy leía con atención el recién publicado libro de Bárbara Tuchman “Los
cañones de agosto”, sobre el inicio de la Primera Guerra Mundial (PGM), para
aprender las lecciones de la historia y evitar repetir los errores que
condujeron a la primera gran carnicería del siglo XX.
Probablemente el presidente Donald
Trump no leyó nada para tomar su decisión en abril de 2017 de bombardear una base
aérea siria, ya sea porque él se guía solo por sus instintos, como suele decir,
o quizás porque se enteró del asombroso descubrimiento de Bienvenido: leer hace
daño y produce terribles enfermedades.
Pero esta nota se refiere a la entrada
de los Estados Unidos en la PGM, hace exactamente 100 años, el 6 de abril de
1917. Otro libro de Bárbara Tuchman, “El telegrama Zimmermann”, describe y analiza
las curiosas circunstancias que llevaron a los EE.UU., tradicionalmente
aislacionistas y sin un ejército considerable como el de las potencias
europeas, a intervenir en la gran conflagración mundial.
En síntesis, a pesar que el presidente
norteamericano Woodrow Wilson –a quien Tuchman critica implacablemente por su
egocentrismo mezclado con ingenuidad- se resistía a entrar en la guerra, un
telegrama del ministro de relaciones exteriores de Alemania, Arthur Zimmermann
a su embajador en México, terminó decidiendo el involucramiento de los EE.UU. en la
guerra.
El telegrama fue despachado el 16 de
enero de 1917 a través de la embajada alemana en Washington, para que lo
reenvíe a México, e instruía al embajador para que persuada al gobierno mexicano
para que declare la guerra a los EE.UU. prometiéndole que, con ayuda de
Alemania, recuperaría los territorios arrebatados por EE.UU. a México el siglo
XIX: Texas, Nuevo México y Arizona.
El asunto es que el telegrama cifrado fue
transmitido por el cable norteamericano que unía Europa con los EE.UU., que el
presidente Wilson había puesto a disposición de los alemanes solo para que
transmitieran mensajes que pudieran propiciar un entendimiento y la paz. Los
cables alemanes que conectaban Europa con América y África habían sido cortados por los británicos el mismo día que entraron a la guerra, en agosto de 1914,
dejando a los alemanes con grandes dificultades para comunicarse.
Los alemanes, por supuesto,
aprovecharon la buena voluntad de Wilson para utilizar su cable para otros
fines, incluyendo el de perjudicar a los propios EE.UU.
Pero no contaban con la astucia de los
británicos que, por lo menos hasta la Segunda Guerra Mundial (SGM), fueron los
maestros del espionaje y el contraespionaje. En la PGM tenían la Sala 40, encargada
de descifrar las claves del enemigo (en la SGM fue Bletchley Park) y allí
lograron interceptar las comunicaciones y penetrar el código alemán. Luego de
descifrar el telegrama, y después de muchas dudas, se lo entregaron al gobierno
norteamericano y a la prensa de ese país.
Como era de esperarse, se produjo una
ola de indignación patriótica, alimentada hasta el paroxismo por la prensa de
Randolph Hearst y, finalmente, el Congreso y el gobierno declararon la guerra a
Alemania el 6 de abril de 1917.
No obstante, como los EE.UU. no tenían
un ejército permanente importante, tuvieron que reclutar cientos de miles de
voluntarios, entrenarlos y armarlos. Los contingentes significativos de tropas
norteamericanas no empezaron a llegar al frente de batalla europeo sino hasta un
año después, en abril de 1918.
El motivo del absurdo telegrama
Zimmermann –por supuesto el gobierno mexicano, empeñado en un guerra civil con
múltiples frentes, no aceptó la oferta alemana- fue que el verdadero dictador
de Alemania en ese momento, el general Erich Ludendorff, consciente de la
imposibilidad de derrotar a los aliados en la guerra terrestre, había decidido
desatar la guerra total en el mar a partir del 1 de febrero de 1917: los
submarinos atacarían a cualquier barco, así no perteneciera a los países
beligerantes. Y sospechaba que eso decidiría a los EE.UU. a entrar a la guerra,
así es que para distraerlos quería abrirles un frente bélico en su frontera sur.
Hasta ese momento los submarinos
alemanes atacaban a los barcos de los países enemigos, pero no a los de los neutrales.
Algunos incidentes, como los del Lusitania,
buque civil hundido en 1915 –murieron 1,198 pasajeros incluyendo 124
norteamericanos- suscitaron indignación, pero Wilson se rehusó a involucrar a
EE.UU. en la guerra.
Y lo mismo ocurrió luego que Alemania
emprendió la guerra indiscriminada a partir del 1 de febrero de 1917. Pero el
telegrama Zimmermann ya había sido enviado y estaba en poder de los británicos,
que le dieron buen uso. Así, los EE.UU. entraron en la guerra.
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