sábado, 5 de febrero de 2022

Los maestros también roban

Los maestros también roban

Fernando Rospigliosi

 

        El viernes pasado, en Ancash, Pedro Castillo profirió otra de las necedades con las que suele aderezar los mítines (es lo único para lo que sí está entrenado) que constantemente perpetra en todo el país: “¿Ustedes creen que un maestro rural le va a robar al Perú?” dijo.

        La repetición de su permanente intento de victimización, la idea roussoniana de que es un “buen salvaje”, un modesto campesino y maestro puro e inmaculado, que no se va a corromper con las tentaciones de la política y el capitalismo.

        La realidad de esos maestros provinciales y rurales es, desgraciadamente, que son muy corruptos, aunque como en todas las profesiones y oficios hay también gente muy sacrificada y honesta.

        Una excelente investigación del antropólogo Ludwig Hubner del Instituto de Estudios Peruanos en Ayacucho desnudó esa triste realidad, “Romper la mano. Una interpretación cultural de la corrupción” (IEP, Proética). El libro trata de la pequeña corrupción en el ámbito de la educación.

        Una encuesta nacional realizada por el Foro Educativo, señala Hubner, descubrió que el 62% considera que la corrupción en los centros educativos es el principal problema que afecta la calidad de la educación y está en el primer lugar de las preocupaciones de los encuestados.

        En verdad, todo el mundo conoce la situación. En Ayacucho, lugar de la investigación, “hay una consciencia muy marcada de que el sector educativo es uno de los más corruptos”. Y no es diferente en el resto del país.

        Un funcionario del sector entrevistado por el autor resume la situación: “Trabajar en educación es como hacer una maestría en corrupción”. A la luz de lo que se ha visto en los últimos seis meses, Pedro Castillo tiene licenciatura, maestría, doctorado y post doctorado en esa materia.

        Un asunto muy difundido es la ausencia de profesores, sobre todo en zonas rurales, donde los docentes “aducen problemas de salud para no asistir a su centro de labores”. En zonas pobres y remotas la tasa de ausencia es 21%. Castillo, además, usó la licencia sindical para ausentarse –según reportes periodísticos- siete años con su sueldo pagado. Aunque en este caso, hay que reconocerlo, eso fue beneficioso para los alumnos.

        No obstante, otro estudio indica que la ausencia puede llegar al 30%. Uno de los autores de ese trabajo –“Corrupción y pobreza” (2004)- es nada menos que Pedro Francke, que entonces no puede fingir ignorancia respecto a su actual jefe. Más aún, si el propio Francke describe una característica que es típica de Castillo, “corruptelas apañadas en reivindicaciones sectoriales”, exactamente lo que hizo en su carrera de agitación sindical, defendiendo esas corruptelas con el Conare-Fenate.

        Las modalidades de corrupción son múltiples y abarcan todos los rubros: “los malos manejos de los fondos obtenidos [en las escuelas] como recursos propios, el cobro por otorgar un certificado o por matrícula, los alquileres del local, las concesiones de las tiendas escolares, la venta de insignias, etc.”

        También “la relación nada pedagógica entre docentes y alumnos, que incluye salidas a emborracharse, los amoríos o el acoso sexual, hasta la venta de notas o el cobro para aprobar cursos, sea en dinero o en especies”.

        Por último, la condena a la corrupción tiene un carácter ritual, dice Hubner “es cosa sabida, tolerada y hasta celebrada pero es obligatorio condenarla. Mientras la retórica se caracteriza por una adhesión formal a las normas del sistema y una condena unánime de la corrupción, en su hábito cotidiano la gente se ha acostumbrado a practicarla, y lo hace con mucha facilidad y destreza”.

        Que es exactamente lo que hace Castillo, condenando la corrupción cada vez que abre la boca, pero practicándola desenfrenadamente todos los días.

        Así pues, habría que advertirle a Castillo que deje de intentar presentar esa imagen bucólica y falsa del maestro provinciano honesto y trabajador, que no corresponde en absoluto a la realidad. Y que, a juzgar por el estudio de Hubner, todo el mundo lo sabe.

        Para confirmarlo, baste recordar la reciente venta masiva de los exámenes para maestros, que involucró directamente al ministro de Educación Carlos Gallardo –entusiasta activista de Fenate como Castillo- y motivó su censura.

        En conclusión, mi respuesta a la pregunta de Castillo “¿ustedes creen que un maestro rural le va a robar al Perú?” es sí, sin duda, sí. Y supongo que muchos coincidirán, como lo demuestra la reciente encuesta de Ipsos para Lampadia donde 50% cree que está vinculado a la corrupción (un 41% no cree eso).

        Finalmente, insisto, hay maestros en todos los ámbitos sacrificados, competentes y honestos que hacen un excelente trabajo pese a la precariedad en que se desenvuelven, pero claramente Castillo no es –ni nunca fue- uno de ellos.

El Reporte 30/1/22

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