martes, 25 de abril de 2017

Juicios morales, deseos, partidismo y análisis

        Mi buena amiga Diana Seminario interpreta lo que dije en mi columna del sábado 22 en El Comercio (“En la celebración, hermanos”) como una suerte de crítica moral al ministro de Defensa Jorge Nieto.

        Ella dice que para mí “la verdadera intención de Nieto sería contar con el beneplácito [fujimorista] para ser el reemplazo de Zavala en la PCM. Prefiero pensar que Nieto, siendo el más político del Gabinete, sabe cómo actuar y mover sus fichas en un complicado escenario como el que debe enfrentar el Gobierno.” (El Comercio, 24.4.17).

        En verdad, ni digo exactamente eso ni hago un juicio moral sobre las intenciones de Nieto.

        Lo que digo, citando a otro buen amigo, Augusto Álvarez Rodrich (AAR), es que Nieto quiere congraciarse con el fujimorismo en su camino al premierato: “Hay proyectos cuya intención está a flor de piel” -es la alusión que hace AAR a las expectativas que otros han señalado con todas sus letras-, para lo cual Nieto busca “un acomodo para mejorar una relación personal con el fujimorismo”. AAR se refiere a su mutismo sobre la ley de control de medios del fujimorismo. (La República, 15.4.17).

        Pero también agrego que “Nieto podría justificarse con el argumento de que hay que actuar realistamente en política, considerando la mayoría parlamentaria con que cuenta la oposición. Es decir, que está haciendo un servicio al gobierno y al país lubricando las difíciles relaciones existentes hasta ahora.” 

        Esto último es lo que prefiere creer Diana Seminario.

        Lo que quiero precisar es que yo no juzgo moralmente las intenciones de Nieto -como hace Diana-, no me parece ´bueno´ que esté pensando en beneficio del país, o ´malo´ que esté pensando en favorecer su propia carrera política.

        Diana dice que Nieto es “el más político del gabinete”. ¿Y un político no quiere escalar posiciones en su carrera?

        Porque, además, pueden existir las dos cosas simultáneamente.

        Para decirlo claramente, no pretendo en erigirme en juez moral de los políticos, ni de nadie, sino analizar las situaciones realistamente.

        Tampoco expreso mis deseos, como hace Diana que busca “la ansiada reconciliación” de los peruanos. Yo también deseo que todos los peruanos nos amemos los unos a los otros y que todos seamos honestos, trabajadores y eficientes. Por supuesto, sería extraordinario que se reconciliaran fujimoristas, ppkausistas, izquierdistas, apristas, acuñistas, acciopopulistas y todos fueran una sola fuerza luchando en bien del pueblo peruano. Pero, insisto, procuro dejar de lado mis deseos y limitarme al análisis.

        Por ejemplo, al final de mi artículo me pregunto si durará la armonía de la celebración de Chavín de Huántar entre el gobierno y el keikismo, y respondo que es “poco probable”. No es mi deseo, insisto. Es mi análisis.

        Por supuesto, todos tienen derecho a expresar sus juicios morales, sus deseos y sus simpatías políticas, en sus opiniones públicas. Pero no deberían juzgar los análisis de los demás con ese mismo rasero. Es decir, si yo creo que la bancada congresal que lidera Keiko Fujimori no va a dar tregua al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) no es porque yo desee que sea así o porque apoye el comportamiento de ese grupo parlamentario. Ni tampoco porque respalde las insinuaciones de PPK y algunos de sus partidarios de “voltear la página” y liberar de alguna manera a Alberto Fujimori.

        Como todos, tengo simpatías y antipatías, pero procuro que no nublen el análisis ni que lo contaminen abiertamente con mis preferencias.


        

domingo, 9 de abril de 2017

Estados Unidos en guerra


          Dicen que durante la crisis de los misiles con la Unión Soviética, en octubre de 1962, el presidente John F. Kennedy leía con atención el recién publicado libro de Bárbara Tuchman “Los cañones de agosto”, sobre el inicio de la Primera Guerra Mundial (PGM), para aprender las lecciones de la historia y evitar repetir los errores que condujeron a la primera gran carnicería del siglo XX.

          Probablemente el presidente Donald Trump no leyó nada para tomar su decisión en abril de 2017 de bombardear una base aérea siria, ya sea porque él se guía solo por sus instintos, como suele decir, o quizás porque se enteró del asombroso descubrimiento de Bienvenido: leer hace daño y produce terribles enfermedades.

          Pero esta nota se refiere a la entrada de los Estados Unidos en la PGM, hace exactamente 100 años, el 6 de abril de 1917. Otro libro de Bárbara Tuchman, “El telegrama Zimmermann”, describe y analiza las curiosas circunstancias que llevaron a los EE.UU., tradicionalmente aislacionistas y sin un ejército considerable como el de las potencias europeas, a intervenir en la gran conflagración mundial.

          En síntesis, a pesar que el presidente norteamericano Woodrow Wilson –a quien Tuchman critica implacablemente por su egocentrismo mezclado con ingenuidad- se resistía a entrar en la guerra, un telegrama del ministro de relaciones exteriores de Alemania, Arthur Zimmermann a su embajador en México, terminó decidiendo el involucramiento de los EE.UU. en la guerra.

          El telegrama fue despachado el 16 de enero de 1917 a través de la embajada alemana en Washington, para que lo reenvíe a México, e instruía al embajador para que persuada al gobierno mexicano para que declare la guerra a los EE.UU. prometiéndole que, con ayuda de Alemania, recuperaría los territorios arrebatados por EE.UU. a México el siglo XIX: Texas, Nuevo México y Arizona.

          El asunto es que el telegrama cifrado fue transmitido por el cable norteamericano que unía Europa con los EE.UU., que el presidente Wilson había puesto a disposición de los alemanes solo para que transmitieran mensajes que pudieran propiciar un entendimiento y la paz. Los cables alemanes que conectaban Europa con América y África habían sido cortados por los británicos el mismo día que entraron a la guerra, en agosto de 1914, dejando a los alemanes con grandes dificultades para comunicarse.

          Los alemanes, por supuesto, aprovecharon la buena voluntad de Wilson para utilizar su cable para otros fines, incluyendo el de perjudicar a los propios EE.UU.

          Pero no contaban con la astucia de los británicos que, por lo menos hasta la Segunda Guerra Mundial (SGM), fueron los maestros del espionaje y el contraespionaje. En la PGM tenían la Sala 40, encargada de descifrar las claves del enemigo (en la SGM fue Bletchley Park) y allí lograron interceptar las comunicaciones y penetrar el código alemán. Luego de descifrar el telegrama, y después de muchas dudas, se lo entregaron al gobierno norteamericano y a la prensa de ese país.

          Como era de esperarse, se produjo una ola de indignación patriótica, alimentada hasta el paroxismo por la prensa de Randolph Hearst y, finalmente, el Congreso y el gobierno declararon la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917.

          No obstante, como los EE.UU. no tenían un ejército permanente importante, tuvieron que reclutar cientos de miles de voluntarios, entrenarlos y armarlos. Los contingentes significativos de tropas norteamericanas no empezaron a llegar al frente de batalla europeo sino hasta un año después, en abril de 1918.

          El motivo del absurdo telegrama Zimmermann –por supuesto el gobierno mexicano, empeñado en un guerra civil con múltiples frentes, no aceptó la oferta alemana- fue que el verdadero dictador de Alemania en ese momento, el general Erich Ludendorff, consciente de la imposibilidad de derrotar a los aliados en la guerra terrestre, había decidido desatar la guerra total en el mar a partir del 1 de febrero de 1917: los submarinos atacarían a cualquier barco, así no perteneciera a los países beligerantes. Y sospechaba que eso decidiría a los EE.UU. a entrar a la guerra, así es que para distraerlos quería abrirles un frente bélico en su frontera sur.

          Hasta ese momento los submarinos alemanes atacaban a los barcos de los países enemigos, pero no a los de los neutrales. Algunos incidentes, como los del Lusitania, buque civil hundido en 1915 –murieron 1,198 pasajeros incluyendo 124 norteamericanos- suscitaron indignación, pero Wilson se rehusó a involucrar a EE.UU. en la guerra.

          Y lo mismo ocurrió luego que Alemania emprendió la guerra indiscriminada a partir del 1 de febrero de 1917. Pero el telegrama Zimmermann ya había sido enviado y estaba en poder de los británicos, que le dieron buen uso. Así, los EE.UU. entraron en la guerra.

viernes, 7 de abril de 2017

¡A RENOVAR, A RENOVAR!


          Hace poco le recomendé a una persona renovar su licencia –tiene una pistola- aprovechando la amnistía vigente: no se paga multa ni costo alguno. Lo hizo y me dijo que todo había funcionado “como la embajada americana”. Pidió su cita por internet, lo atendieron a la hora pactada, no hubo que presentar los absurdos certificados de antecedentes que pedían antes, etc.

          Le dijeron que en 30 días tendría la licencia. El plazo parece excesivo. Podría ser más corto.

          La Sucamec y el Mininter –que parece que tienen ahora mucho dinero para publicidad-, podrían hacer llamados a los usuarios que no han renovado sus licencias, que son decenas de miles, a hacerlo ahora. Tratar de persuadir en lugar de amenazar, como lo han venido haciendo.

          En verdad las cosas han mejorado mucho en el último tiempo. La ley que aprobó el Congreso en enero de 2015 corrigió varios de los desatinos que contenían las nefastas normas del humalismo. Esa nueva ley se pudo aprobar gracias a un persistente trabajo de usuarios legales como Thomás Saldías, y el apoyo de congresistas como Octavio Salazar, Juan Carlos Eguren y otros.

          El gobierno de Humala se negó a poner en vigencia la ley y solo lo hizo el 6 de julio de 2016, poco antes de irse, al aprobar un reglamento destinado a seguir importunando a los usuarios legales, incluso violando la propia ley.

          Ese reglamento ha sido modificado hace pocos días, luego de muchas gestiones realizadas en los últimos meses por las asociaciones de usuarios legales, incluyendo a Thomas Saldías. No se han incorporado todas las sugerencias que se hicieron, pero se ha mejorado lo que había.

          En suma, hay que incentivar a los usuarios a renovar sus licencias utilizando la amnistía establecida en la ley, y el hecho que muchas de las desatinadas y torpes trabas que existían –puestas ahí adrede- han sido removidas. Es de interés de todos que el mayor número posible de usuarios esté dentro de la ley, con los documentos en regla.