sábado, 12 de septiembre de 2020

Sendero Luminoso, mitos y realidades

 Fernando Rospigliosi

        Hace 28 años, un día como hoy, fue capturado Abimael Guzmán y parte de la cúpula de Sendero Luminoso (SL), una organización terrorista hipercentralizada que se derrumbó en los siguientes meses. La operación que realizó el Gein -una unidad de la Dircote, dirigida por el general Antonio Ketín Vidal-, capitaneado por Benedicto Jiménez y Marco Miyashiro, fue impecable.

        Uno de los mitos que mucha gente cree es que SL estaba a punto o cerca de tomar el poder en ese momento. En realidad, SL ya había sido derrotado por las FF.AA. en el campo, y las brutales acciones terroristas que realizaban en Lima y otras ciudades eran una huida hacia adelante, acciones desesperadas. Desde 1988-89 los militares desarrollaban una estrategia más astuta y precisa y fueron liquidando las columnas terroristas que en 1992 estaban diezmadas, salvo en las selvas del Alto Huallaga y el Vraem donde prosperaron en alianza con el narcotráfico.

        La absurda y dogmática doctrina de Guzmán, una burda copia de Mao Zedong, la “guerra popular del campo a la ciudad”, fue una idea novedosa en la década de 1930 en China, un país con 95% de población campesina, pero no tenía ningún sentido en el Perú de 1980, con 65% de población urbana.

        Aún si SL hubiera dominado el campo –y nunca tuvo realmente zonas liberadas bajo su control- eso no le hubiera servido. Y en las ciudades no tenían ninguna posibilidad de desarrollar la “guerra popular”. La ciudad, como dijo Regis Debray, el teórico de la revolución cubana, es una trampa mortal para los revolucionarios. Tarde o temprano son capturados o abatidos por las fuerzas del orden.

        Movimientos mucho más sofisticados y con más respaldo que SL fueron aplastados en Uruguay (Tupamaros), Argentina (Montoneros y ERP) y Chile (MIR), países más urbanizados que el Perú.

        Los manuscritos de Guzmán capturados por la policía revelaron que en su mejor momento SL poseía 250 armas de guerra -fusiles de asalto y metralletas- y en total, incluyendo escopetas, pistolas, etc. 921 armas de fuego. (Carlos Tapia, “Tiempos oscuros”). En Colombia, las FACR llegaron a tener 15,000 efectivos armados y en 1999 Vladimiro Montesinos les vendió adicionalmente 10,000 fusiles de asalto AKM. Comparativamente la fuerza militar de SL era insignificante.  

        No obstante, el daño que causaron al país fue inconmensurable, en vidas, en destrucción material e institucional.

En suma, un dilema sin solución para los revolucionarios es que no tienen posibilidades de triunfo en una guerra campesina y en las ciudades son indefectiblemente liquidados. Por eso ahora buscan hacerse del poder por la vía electoral.

        El segundo mito es el de la eventualidad de un rebrote terrorista, recurrente en las últimas dos décadas. Eso es imposible. Las circunstancias nacionales e internacionales que facilitaron el surgimiento de SL –y del MRTA- ya no existen.

        Por supuesto, un atentado puede producirse en cualquier momento. Basta un puñado de fanáticos, explosivos y algunas armas. Pero un resurgimiento de SL no ha ocurrido ni va a ocurrir. (Ver esta columna: “¿Puede volver el terrorismo de Sendero?”, 10/9/17)

        Finalmente, no por casualidad, dos presidentes en cuyos períodos se derrotó al terrorismo están hoy presos, Alberto Fujimori y Álvaro Uribe.

NOTA. Había escrito este artículo para ser publicado en mi columna Controversias en El Comercio el sábado 12 de setiembre. La nueva crisis política producida en el país me ha forzado a cambiarlo, por eso lo publico aquí.