Fernando Rospigliosi
Algunos ingenuos creen que si los
chavistas que acompañan a Pedro Castillo se hacen del poder serán
neutralizados. Las palabras de algunos asesores recién llegados, que en
realidad no tienen ningún poder de decisión, y absurdas especulaciones sobre
las limitaciones legales que tendrían para plasmar sus planes dictatoriales,
sirven para anestesiar a los incautos. Como si los comunistas tuvieran en
consideración las “pelotudeces democráticas” a la hora de llevar adelante sus
propósitos.
En verdad, la historia está llena de
ejemplos de cómo políticos y ciudadanos más experimentados y capaces que
nuestras débiles y cortesanas élites, se dejaron engatusar por gente más
destructiva todavía que la que hoy amenaza con arrasar al Perú.
Un excelente libro del historiador
británico Tim Bouverie, “Apaciguar a Hitler: Chamberlain, Churchill y
el camino a la guerra” (Penguin Random House, 2021. Kindle) tiene
algunas enseñanzas que es bueno recordar, salvando por supuesto las distancias.
Muchos se burlaban de las limitaciones
del nuevo líder de Alemania y jamás imaginaron que haría lo que hizo:
“La figura de Hitler
tampoco es que aterrorizara a los demócratas amantes de la paz. El Daily
Telegraph se preguntaba cómo un hombre de aspecto tan anodino, «con ese
ridículo bigotillo», podía resultar, para los alemanes, tan «atractivo e
imponente». El News Chronicle, de filiación liberal, se burlaba del triunfo del
«decorador de interiores austriaco», y el Daily Herald, de tendencias
laboristas, se mofaba del «austriaco bajito y rechoncho que daba flácidos
apretones de mano y tenía la mirada esquiva, los ojos pardos y un bigote a lo
Charlie Chaplin». Nada, seguía diciendo el Herald, «en la carrera del pequeño
Adolf Hitler, histérico como una niña y vanidoso como un divo del teatro,
parece indicar que escapará al destino de sus predecesores en el cargo».”
Ahora hay quienes se mofan
de las limitaciones y la ignorancia del oportunista y mentiroso profesor de
primaria, que es incapaz de responder una entrevista o hilvanar algunas ideas
coherentes. O de las propuestas trasnochadas del corrupto jefe del partido. No
entienden que individuos con esas limitaciones, pero inescrupulosos y
ambiciosos, son capaces de embaucar a las masas, sobre todo en períodos de
crisis, y luego llevar a un país a un desastre monumental.
El sentimiento de culpa es
otro de los temas que, hábil y tramposamente utilizados, se convierten en
fuertes argumentos para justificar las tropelías de los que asaltan la
democracia y la destruyen.
“La sensación de que los
aliados tenían la culpa por el ascenso de los nazis fue decisiva para la
política del apaciguamiento. Si Reino Unido y Francia habían «creado» el
nacionalsocialismo, entonces, lógicamente, podían «apaciguarlo» dando respuesta
a las reclamaciones que lo habían hecho prosperar.”
En verdad, como demuestra Bouverie,
eso era falso. El Tratado de Versalles no fue tan oneroso como se hizo creer,
sus duras condiciones se ablandaron con los años y finalmente se deshizo. El
antisemitismo, el nacionalismo y el expansionismo estaban presentes antes de la
derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y fueron usados y exacerbados
por los nazis para llegar al poder.
Acá se utiliza el fracaso
del Estado –gestionado por izquierdistas en los últimos años- para justificar
que los chavistas se hagan del poder. La corrupción de varios políticos –muchos
de ellos izquierdistas- para justificar que un sentenciado por corrupción
llegue al poder. La desatención de muchas regiones del país gobernadas por
izquierdistas -elegidos por los mismos que votan por Castillo-, para echarle la
culpa a la economía de mercado.
Pero hay algunos intonsos
que se dejan confundir y, culposos, creen que para apaciguar a los que
explícitamente han sostenido que van a liquidar la democracia e imponer una
dictadura chavista como la de Venezuela, hay que tolerar el fraude que han
perpetrado y dejarlos hacerse del poder.
La historia no les ha
enseñado nada. Probablemente tampoco la conocen ni les interesa.