miércoles, 22 de julio de 2020

Cuando Santa Sofía pudo volver a Occidente


        El viernes 24 de julio la catedral de Santa Sofía, en Estambul, se convertirá nuevamente en una mezquita, por decisión del presidente turco Recep Tayyip Erdogan.
Santa Sofía (la Santa Sabiduría, en griego) fue durante siglos la catedral más importante y más imponente del cristianismo en el mundo, hasta la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453 (ver al respecto el excelente libro del historiador británico Roger Crowell “Constantinopla 1453. El último gran asedio”).
Desde esa fecha Santa Sofía fue convertida en una mezquita. Pero en 1931 el padre de la Turquía moderna, el militar laico Mustafá Kemal Ataturk, con buen criterio, la convirtió en un museo. Nueve décadas después, Erdogan, un dictador islamista, ha revertido esa decisión.
Un episodio poco conocido es el que relata Winston Churchill en sus memorias de la I Guerra Mundial, “La crisis mundial 1911-1918”. En 1915, cuando Turquía estaba en la guerra al lado de las potencias centrales, Alemania y Austria Hungría, los aliados pudieron haber reconquistado con relativa facilidad Constantinopla y expulsado a los turcos de la Europa continental. La estupidez, los celos y la mezquindad de algunos de los gobernantes de aquel entonces lo impidió.
En noviembre de 1914, el gobierno ruso hizo saber a Inglaterra y Francia que ellos deseaban hacerse de Constantinopla y los Dardanelos cuando ganaran la guerra. A través de los estrechos de los Dardanelos Rusia tiene acceso desde el Mar Negro al Mar Mediterráneo, pero en manos de una potencia hostil como Turquía estaban bloqueados. “En los primeros días de marzo [de 1915], Francia y Gran Bretaña dieron a conocer al gobierno ruso que estaban conformes con la anexión de Constantinopla por Rusia –dice Churchill- como parte de una paz victoriosa y este hecho importante fue hecho público el día 12.”
Pero los griegos también querían Constantinopla. En agosto de 1914, apenas iniciada la guerra, habían ofrecido su participación a los aliados, que no la aceptaron porque en ese momento todavía Turquía no entraba en la contienda y ellos esperaban neutralizarla. En marzo de 1915, cuando británicos y franceses ya habían iniciado el asalto anfibio a la península de Gallípoli, los griegos reiteraron su oferta. Concretamente, entrar en la guerra y enviar un cuerpo de ejército (tres divisiones). Churchill estima que “había una perspectiva razonable de que con todas estas fuerza, cumpliendo cada una de sus misiones respectivas en un plan conjunto, se podría conquistar la península de Gallípoli y tomar Constantinopla antes de finalizar el mes de abril [de 1915].”
Sin embargo, “Rusia fue la potencia que destrozó de modo irremediable esta brillante y decisiva combinación”. El ministro ruso de Asuntos Exteriores informó al embajador británico que “el Gobierno ruso no podría consentir la participación griega en las operaciones de los Dardanelos, pues ello conduciría seguramente a complicaciones.”
El asunto es que Grecia y Rusia ambicionaban Constantinopla y los Dardanelos. El rey de Grecia había puesto como condición para la participación de su ejército que él sería el primero en entrar a la Constantinopla recuperada. No obstante, los rusos también le hicieron saber a los franceses que “el Gobierno Ruso no acepta a ningún precio la cooperación griega a la expedición contra Constantinopla”.
Churchill responsabiliza directamente al Zar Nicolás II de esta estrechez de miras que, finalmente, lo condujo a su propia ruina: “¿no había ningún espíritu ancestral que conjurara ante este desgraciado príncipe la caída de su casa, la ruina de su pueblo, el sangriento sótano de Ekaterinemburgo?”. (Se refiere al sótano donde Nicolás II fue asesinado, junto con su mujer, sus hijos y sus criados, por órdenes de Lenin en julio de 1918).
Y concluye con una cita latina: al que Dios quiere perder, primero lo enloquece.
Así, en 1915, estuvo al alcance de la mano la recuperación de Constantinopla y la catedral de Santa Sofía. La codicia, los recelos, las suspicacias y la insensatez de algunos de los que pudieron lograrlo, frustró esa soberbia posibilidad.


        

viernes, 17 de julio de 2020

Falsificando las cifras de la crisis


Esto dije el 16 de mayo en El Comercio.



Por supuesto, los adulones y prebendarios del Gobierno me atacaron e insultaron. ¡Cómo podía decir yo que el veraz y honesto Martín Vizcarra mintiera descaradamente! Hoy día ya nadie duda de que no se trata de una subestimación de cifras sino de una descarada falsificación.