Falsificación histórica
La película “Múnich en vísperas de una guerra”
Fernando Rospigliosi
Una popular película en Netflix recién
estrenada, concluye con una burda falsificación histórica, pretendiendo vender
una idea nefasta, acorde con la corrección
política actualmente dominante en Occidente: el apaciguamiento es la
política adecuada para enfrentar a los tiranos totalitarios –o a los aspirantes
a dictadores, o los fanáticos terroristas-.
El film “Múnich en vísperas de una
guerra”, recoge la verdad histórica cuando describe la situación en Alemania
previa al acuerdo de Múnich. Adolfo Hitler se disponía a invadir
Checoeslovaquia y el alto mando militar, consciente que eso llevaría a una
guerra que su país perdería de todas maneras, estaba dispuesto a derrocar al
tirano. Cuando Hitler ordenara la movilización, darían el golpe.
Pero las cosas salieron de otra manera.
El premier británico Neville Chamberlain indujo a Benito Mussolini (aliado de
Hitler que tampoco quería la guerra) a impulsar un acuerdo para desmembrar
Checoeslovaquia, complacer a Hitler y, supuestamente evitar el conflicto.
Así, los jefes de gobierno de Gran
Bretaña, Francia e Italia visitaron a Hitler, en Múnich y el 30 se setiembre de
1938 firmaron un vergonzoso acuerdo, sin
la presencia de los checoeslovacos, mediante el cual entregaban los
Sudetes, una parte del territorio de Checoeslovaquia con población alemana, a
Hitler. De esa manera creyeron, estúpidamente, que podían apaciguar al monstruo.
El ex alcalde de Birmingham, un educado
y más bien cándido caballero inglés, volvió a su país y cuando bajó del avión
exhibió un papel -una escena famosísima que la película no destaca suficientemente-
con la firma de Hitler, afirmando que había conseguido así asegurar la paz
para Europa y el mundo. Un papel que para el matón inescrupuloso que lo había
suscrito no valía absolutamente nada.
Pero el éxito de Hitler en Múnich
–aunque él hubiera preferido arrasar con toda Checoeslovaquia de inmediato-
tuvo también otra consecuencia: fracasó el plan de los militares para
derrocarlo. Si no había guerra en ese momento, no había justificación para el
golpe. Por el contrario, Hitler salió enormemente fortalecido por la torpe y vergonzosa
decisión de Chamberlain y los franceses de ceder a sus ambiciones, lo cual le
dio impulso para seguir adelante con sus siniestros planes que finalmente
llevaron a la II Guerra Mundial.
Hitler inmediatamente engulló los
Sudetes y, como era de esperarse, poco después, el 15 de marzo de 1939, se
apoderó del resto de Checoeslovaquia, ya indefensa militarmente y abandonada
por la cobardía de los aliados.
Una frase final en la película en
mención, es una mentira grosera que pretende convencer al público de la virtud
del apaciguamiento: “El acuerdo de Múnich
les dio tiempo a Gran Bretaña y sus aliados para prepararse para la guerra y
así derrotar a Alemania”.
¡La
verdad histórica es exactamente la contraria! Ese tiempo le permitió a
Hitler fortalecer la Wehrmacht, las fuerzas armadas alemanas, y además
apoderarse de la industria checoeslovaca que tenía una de las principales
fábricas de armas de Europa, la Skoda. Y pudo consolidar su poder en Alemania,
que era cuestionado por conspiradores militares y civiles. (Entre los muchos
estudios, ver por ejemplo uno reciente del historiador británico Tim Bouverie, “Apaciguar a Hitler: Chamberlain, Churchill y
el camino a la guerra”, 2021).
Por el Tratado de Versalles (1919),
Alemania solo podía tener un ejército minúsculo –máximo 100,000 efectivos-, sin
tanques ni carros blindados, no podía tener una fuerza aérea y solo una marina
de guerra reducida, sin submarinos, ni acorazados, ni portaviones. También se
disolvió el Estado Mayor, pieza fundamental de la máquina de guerra alemana
desde principios del siglo XIX.
Aunque los militares alemanes habían burlado
algunas restricciones, su fuerza armada fue insignificante en términos
cuantitativos hasta 1936, en que Hitler desconoció el Tratado de Versalles y
empezó a rearmarse. Pero ese era un proceso que requería mucho tiempo. Tenían
que diseñar y construir tanques, aviones y submarinos. Y, sobre todo, tenían
que entrenar y equipar a millones de hombres.
Prácticamente todos los países europeos
–salvo Gran Bretaña- tenían servicio militar obligatorio. Por tanto, contaban
con millones de reservistas entrenados que podían ser llamados a filas
rápidamente e incorporarse a sus fuerzas armadas. Y contaban con el
equipamiento bélico necesario para abastecer esas enormes fuerzas armadas.
Por eso al único que favoreció el pacto
de Múnich en setiembre de 1938 fue a Hitler, que sí necesitaba tiempo para
mejorar la capacidad de la Wehrmacht.
Todos los estudios históricos coinciden
que Hitler no tenía ninguna posibilidad de derrotar a los aliados cuando ocupó
la zona desmilitarizada de Renania en marzo de 1936. Por el Tratado de
Versalles, esa región, fronteriza con Francia, no podía contar con tropas
alemanas. Hitler irrumpió con una pequeña fuerza militar y Francia no
reaccionó. Consciente de su debilidad, la orden del mando alemán era que si la
tropas francesas se movilizaban, ellos deberían replegarse inmediatamente. Pero
eso no ocurrió.
Hitler se dio cuenta entonces que podía
atemorizar a los aliados con golpes de mano. Y eso, a su vez, lo fortalecía
internamente y le permitía consolidar su dominio sobre las fuerzas armadas.
El 1 de setiembre de 1939 invadió Polonia, lo
que desencadenó la guerra. El 10 de mayo de 1940, más de un año y medio después
de Múnich, invadió Francia y la Wehrmacht derrotó en seis semanas a franceses y
británicos a pesar que era inferior en número de soldados, y también tenía
menos aviones, cañones y tanques que los aliados. (Ver el excelente libro del
alemán Karl-Heinz Frieser, “El mito de la blitzkrieg. La campaña de 1940 en el
oeste”).
Y los tanques alemanes, la estrella de
esa campaña, eran inferiores en blindaje y poder de fuego a los aliados. La
gran diferencia es que estaban mejor comandados y su estrategia y tácticas eran
superiores. (Winston Churchill reconocía en privado que los alemanes eran
mejores combatientes que británicos y aliados, y que en proporción 1 a 1,
ganaban los alemanes. Ver por ejemplo el libro del historiador británico Max
Hastings, “Overlord. El día D y la batalla de Normandía. 1944”).
Recién cuando invadieron la Unión Soviética,
en 1941, y se enfrentaron al excelente tanque mediano T 34 (al que derrotaron
al principio gracias a sus tripulaciones fogueadas en combate y mejor
comandadas), los alemanes empezaron a fabricar nuevos blindados capaces de
enfrentarlo. Los Tiger y Panther recién empezaron a producirse en 1942 y 1943 y
en ocasiones algunos modelos fueron puestos en acción antes de haberse probado
para corregir los defectos, como ocurrió en la batalla de Kursk, en julio de
1943, el más grande enfrentamiento de blindados de la historia, donde muchos de
los nuevos tanques alemanes quedaron fueran de servicio por fallas mecánicas.
Así pues, es absolutamente falso que Múnich
y la política de apaciguamiento fueran favorables a los aliados y les
permitieron mejorar su capacidad bélica. Por el contrario, todos los análisis
posteriores concuerdan en que la fuerza militar alemana, por lo menos hasta
1938, era inferior a la de los aliados y que si hubiera habido firmeza de parte
de Gran Bretaña y Francia, se habría podido detener a Hitler y evitar la
catástrofe de la II Guerra Mundial.
En suma, una nueva y peligrosa
falsificación -estilo caviar- de la historia, que intenta presentar como una verdad
justamente lo que es una reconocida falsedad, y convertir en héroe a quien fue,
por su ingenuidad y pusilanimidad, uno de los grandes responsables de la mayor
conflagración en la historia de la humanidad.
Por fortuna la clase política británica tuvo la
sensatez de nombrar jefe de gobierno a alguien completamente diferente, Winston
Churchill, precisamente el 10 de mayo de 1940, con lo cual dispusieron de un
líder que pudo encabezar a su nación, resistir la ofensiva y alzarse con la
victoria.