Estos tres artículos los publiqué en "Expreso en abril de 2024 y sintetizan una reflexión que quería exponer desde hace tiempo. Intento responder a una pregunta frecuente: porque los peruanos votan mal. La respuesta es que "si se le da la oportunidad, el pueblo tiende a escoger a los peores. En el Perú y en todas partes. Ahora y desde el principio de la historia." Ese es mi respuesta también a un tema recurrente en el ambiente académico, la crisis de la democracia. Hay, por supuesto, varios factores, pero uno que se suele soslayar, el aumento de la participación, es decisivo.
La democracia
En Grecia, la democracia se estableció
en el 508 a. de C., duró unos 150 años y terminó en un fracaso rotundo y
completo, a tal punto que nadie habló de ella durante los siguientes dos mil
años, como no fuera para denostarla, dice uno de los grandes politólogos
–además de erudito- de nuestro tiempo, Giovanni Sartori: “El rechazo de la
palabra democracia hasta el siglo XIX atestigua lo memorable y definitivo que
fue el derrumbe de la democracia antigua.” (“La democracia en 30 lecciones”.
Ver también “¿Qué es la democracia?”).
En efecto, solo en el siglo XIX se
volvió a hablar de democracia con una connotación positiva. Actualmente se
denomina democracia a un sistema político distinto, inventado por los romanos
al mismo tiempo que el de los griegos, la república (509 a. de C.).
El motivo principal del fracaso de la
democracia en Grecia fue la facilidad con la que el pueblo se dejaba arrastrar
por los demagogos. Al principio, las masas respetaban y seguían a los hombres
más capaces y valientes, pero pronto fueron desplazados por abyectos charlatanes.
El
historiador Robert Cohen describe la situación: “La masa se ha vuelto arisca y parcial (…) Si un ciudadano noble pide la
palabra, ella se muestra inmediatamente hostil. Si ese ciudadano pronuncia
frases que la desagraden, se expone a ser precipitado desde lo alto de la
tribuna. (…) Ahora ya nadie de calidad logra hacerse escuchar por el
populacho”. (“Atenas, una democracia desde su nacimiento a su muerte”).
Isócrates, que vivió en el
período de decadencia de la democracia, resumió la situación: “Aceptamos como consejeros a hombres que
todos desprecian y los convertimos en dueños absolutos de los asuntos del
Estado, hombres a quienes ninguno de nosotros querríamos confiarles nuestros
asuntos personales. A esos a quienes con voz unánime declaramos los más
despreciables entre los ciudadanos, a esos mismos los hacemos guardianes de la
polis”.
En “Apología de Sócrates”,
Platón narra cómo tres sujetos –Anito, Meleto y Licón- manipulan a la masa y
logran que un jurado compuesto por una turba de 501 ciudadanos condene a
Sócrates a muerte.
Es famosa la anécdota de Arístides,
un general íntegro y valeroso, que despertó los celos de otros líderes, que
incitaron a las masas contra él para que lo deportaran por diez años, el
ostracismo. Yendo a la asamblea donde se decidía a quién desterrar, Arístides
se encontró con un ciudadano analfabeto que le pidió que inscribiera un nombre
en la tablilla de votación (ostrak). El nombre era Arístides. Este,
sorprendido, le preguntó porque quería desterrarlo y el hombre le respondió que
estaba harto de escuchar de ese tal Arístides, que era un hombre bueno y justo.
Los celos, la envidia, el
rencor son pasiones que motivan a las masas. Los demagogos, populistas diríamos
hoy, pueden fácilmente manipular esas pasiones y usarlas en beneficio propio.
Poco ha cambiado en la
naturaleza humana en los últimos 2,500 años. Ejemplos actuales y cercanos hay
muchos.
(Publicado en "Expreso" el 15/4/24)
La república
Los romanos inventaron un sistema político
que, dos mil quinientos años después, es el que predomina en Occidente. Sus
características básicas son.
1.
Elección
de los gobernantes. En Roma tenían un sistema complicado, en el que, en teoría,
votaban todos con los mismos derechos. En la práctica, votaban los más
acomodados y elegían a los más preparados.
2.
Poder
dividido. Gobernaban dos cónsules con poderes iguales. Pero además, habían
otros funcionarios: pretores, cuestores, ediles, etc. Y, por supuesto, el
Senado.
3.
Renovación
de los cargos. Los cónsules eran elegidos por un año y no podían volver a
presentarse a una elección hasta dentro de diez años. (Después degeneró).
4.
Los
gobernantes tenían que responder de sus actos ante sus electores.
Es lo que hoy día se conoce como democracia
representativa.
La república romana, fundada en el 509 a.C.,
colapsó, sobre todo, por un aumento de la participación. Cada vez más pueblos
adquirían la ciudadanía romana y tenían poder de decisión. En el siglo II a.C.
surgieron los “tribunos de la plebe” -caudillos populistas, diríamos ahora-,
que alentaban la insurgencia de las masas contra las élites.
Jugaron un papel necesario, dada la enorme
concentración de la riqueza y el poder que se había desarrollado al expandirse
la influencia romana en el mundo conocido. Pero a la vez, socavaron y
terminaron destruyendo la república.
En el siglo I a.C. la enorme población de Roma
era comprada con prebendas por los candidatos al consulado. El riquísimo Craso,
donó tres meses de trigo gratis a todo el pueblo de Roma. Las campañas
electorales se volvieron cada vez más caras, porque había que sobornar al
pueblo. Cuando llegaban al gobierno, los cónsules, muchas veces endeudados,
tenían que resarcirse. Así murió la república (44 a.C) y fue reemplazada por el
imperio.
El “panen et circenses”, pan y circo, nació en
la república y fue utilizado sistemáticamente en el imperio.
A lo largo de los siglos, el sistema
republicano perduró, con variantes. Las repúblicas de Venecia, Génova, Siena,
prosperaron.
Pero fueron las revoluciones de finales del
siglo XVIII las que establecieron los cimientos de las repúblicas actuales. La
Revolución Francesa y, sobre todo, la norteamericana, cuyos fundadores rechazaron
explícitamente la democracia y se inclinaron por una república.
En “El Federalista”, una serie de 85 artículos
publicados en 1787/88 en Nueva York por Alexander Hamilton, James Madison y John
Jay, se desarrollan las ideas fundamentales del sistema político que crearon. Tratan
de establecer un balance entre la necesaria participación del pueblo y los
límites a la misma. Eran muy conscientes que el pueblo es fácilmente
manipulable por caudillos y demagogos, por eso instituyeron una elección
indirecta del presidente, el Colegio Electoral.
Este régimen se desnaturalizó, pero fue
reemplazado eficientemente por los partidos políticos, cuyas cúpulas
mantuvieron a raya a los caudillos populistas (“¿Cómo mueren las democracias?”,
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt). Hasta que, al final del siglo XX, el aumento
de la participación empezó a zarandear el sistema.
Las masas
Es común escuchar a los analistas
subrayar que los peruanos votan mal. La mayoría cree que es por la deficiente
educación. Otros lo atribuyen a la anemia infantil, que afecta de manera
irreversible el cerebro de los niños.
No hay duda que la educación es mala y
que la anemia infantil afecta a una proporción considerable. Pero la realidad
es que si se le da la oportunidad, el pueblo tiende a escoger a los peores. En
el Perú y en todas partes. Ahora y desde el principio de la historia.
El fracaso de la democracia griega, la
primera experiencia histórica de participación popular, es un ejemplo.
Fácilmente podemos extrapolar lo que decían los griegos de la época a lo que
sucede hoy aquí. (Ver en esta página: “La democracia”, 15/4/24). Es decir, las
masas manipuladas por una pandilla de demagogos y sinvergüenzas. La decadencia
de la república romana también se vincula con el aumento de la participación
popular. (“La república”, 22/4/24).
Los Padres Fundadores de la república
norteamericana, que eran a la vez gente instruida, que estudiaba la historia, y
gente práctica, que conocía la naturaleza humana, no querían una monarquía
absoluta, pero desconfiaban de las masas populares que fácilmente podían caer
bajo el influjo de estafadores.
“Los hombres son ambiciosos, vengativos
y rapaces”, sentenciaba Alexander Hamilton. Y añadía: “las pasiones momentáneas
y el interés inmediato, tienen un poder más activo e imperioso sobre la
conducta humana que las consideraciones generales y remotas de prudencia,
utilidad o justicia”. (“El Federalista”, VI).
Por eso establecieron que el presidente sería
escogido por un Colegio Electoral. Es decir, el pueblo participaba pero
decidiendo cuáles miembros de esa élite serían los que designarían al
presidente.
El problema, según el filósofo español
José Ortega y Gasset, es que las masas, que antes percibían que las minorías
entendían un poco más de los problemas públicos que ellas, ahora creen que
tienen derecho a imponer sus tópicos. (“La rebelión de las masas”).
El asunto es que los ciudadanos “carecen
de interés, que ni siquiera van a votar, que no están mínimamente informados.
(,,,) La base de la información de las grandes masas es de una pobreza
asombrosa y desalentadora”, anota Giovanni Sartori. (“¿Qué es la democracia?”).
Y comprueba que ni la reducción de la pobreza ni la educación han cambiado esa
situación.
En palabras de Winston Churchill: “El
mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos
con el votante medio.”.
Lo paradójico es que lo que constituye
el problema, el aumento de la participación, algunos ignorantes, tontos útiles
o aprovechadores, lo proponen como solución.
En síntesis, si las masas desinformadas
son fácilmente manipulables por demagogos inescrupulosos, la alternativa es
limitar las opciones, como en las democracias desarrolladas, bipartidismo con
poder de las cúpulas partidarias (la verdadera protección contra el
autoritarismo en EEUU no han sido los ciudadanos sino los partidos, Levitsky y
Ziblatt). O, en términos de Sartori, “una poliarquía selectiva, una
meritocracia electiva”.