Reflexiones sobre un episodio de la Segunda Guerra Mundial
Fernando Rospigliosi
El desembarco aliado en Noruega, en abril de 1940, promovido por Winston Churchill, terminó en una derrota para los aliados. Cuando las operaciones estaban todavía en curso, en mayo, una moción de censura en el Parlamento británico contra el primer ministro Neville Chamberlain, terminó obligándole a renunciar. El que asumió el cargo fue el principal responsable del descalabro, Churchill. Paradoja de la política.
Después de la invasión y repartición de Polonia entre los asociados, el nazi Adolfo Hitler y el comunista José Stalin, en setiembre de 1939, pasaron varios meses de calma en los que aliados y alemanes se observaban y preparaban.
Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazgo (ministro de Marina) promovió un desembarco en la neutral Noruega para cortar el suministro de hierro sueco a Alemania. La invasión resultó en un desastre. (Ver “´Narvik´, rompiendo las reglas (1)”, en este blog, 3/2/23).
Cuando la noticia de los primeros reveses se conoció en Gran Bretaña, en el Parlamento se discutió una moción de censura contra el primer ministro conservador Neville Chamberlain, que contaba con una amplia mayoría.
El 8 de mayo de 1940 el Parlamento debatió la situación de la guerra y la derrota en Noruega, y los furiosos diputados -no solo de la oposición sino incluso oficialistas-, atacaron virulentamente a Chamberlain. El viejo Lloyd George, en la oposición, disculpó a Churchill y criticó a Chamberlain. Churchill asumió su culpa y replicó: “Asumo la plena responsabilidad de todo lo hecho por el Almirantazgo y comparto plenamente toda la carga.” (Winston Churchill, “Memorias. La Segunda Guerra Mundial”. Tomó I, p. 752. Plaza y Janés 1965.).
Y agrega “era claro que la irritación no se dirigía contra mí sino contra Chamberlain, a quien defendí.” (Ibid., 753).
La explicación que ensaya Churchill:
“Teniendo en cuenta el prominente papel que desempeñé en aquellos sucesos, (…) maravilla fue que yo sobreviviese y conservara la estima pública y la confianza del parlamento. Ellos se debió al hecho de que yo llevaba seis o siete años prediciendo con exactitud el curso de los acontecimientos. Si eso no se atendió antes se recordó después.” (Ibid., 739-740).
En realidad, esa es la mitad de la explicación. La otra parte es que la política de apaciguamiento de Chamberlain, que creía que haciendo concesiones a Hitler lo iba a calmar, había resultado un rotundo fracaso. Aunque Chamberlain había sido apoyado masivamente tanto por el pueblo como por el Parlamento durante ese período, cuando se desató la guerra se comprobó el error. (Ver en este blog “Falsificación histórica. La película ´Múnich en vísperas de una guerra´”, 29/1/22).
El fracaso de los desembarcos en Narvik y Trondheim fue el pretexto para que la ira contra el culpable del yerro del apaciguamiento estallara. Y los que antes aclamaban a Chamberlain y fueron corresponsables de la funesta equivocación –los políticos y los ciudadanos-, lo abominaron y defenestraron.
El voto de censura de los laboristas y liberales contra Chamberlain no prosperó, pero un buen número de conservadores votaron con ellos o se abstuvieron, una situación insólita. Al día siguiente, 9 de mayo, luego de consultas, Chamberlain decidió renunciar.
El 10 de mayo muy temprano se conoció que la ofensiva alemana en Bélgica, Holanda y Francia había comenzado. Chamberlain intentó nombrar Primer Ministro a Lord Halifax, pero este no aceptó. Entonces designó a Churchill.
El historiador británico Antony Beevor resume así el incidente:
“Como
el propio Churchill reconocería más tarde, él
fue más responsable del desastre ocurrido en Noruega que Neville Chamberlain.
Pero por una de esas crueles ironías de la política, aquel revés supondría su nombramiento como primer ministro en sustitución
de Chamberlain.” (“La Segunda Guerra Mundial”, 2012, p. 113).
En síntesis, una derrota de relativa importancia en Noruega fue la causa de que aflorara la indignación contra el responsable de la política de apaciguamiento que había permitido a Hitler rearmarse, consolidar su gobierno y expandir las fronteras de Alemania, para desatar luego una conflagración monstruosa. Así, de manera inesperada y por un suceso en el cual no tenía mayor culpa, Chamberlain sufrió un merecido castigo político.
En tanto Churchill, el principal promotor de la fallida invasión de Noruega, resultó exculpado y elevado al cargo de jefe del gobierno, por suerte para los británicos y el mundo entero. Fue en realidad, un tardío reconocimiento de que él tuvo razón en advertir sobre el peligro que significaban Hitler y los nazis.
En la historia no es usual que ocurran hechos de esa naturaleza. En muchos casos los culpables no pagan
por sus yerros y los que tenían razón no son reconocidos.