Fernando Rospigliosi
Hace 28 años, un día como hoy, fue
capturado Abimael Guzmán y parte de la cúpula de Sendero Luminoso (SL), una
organización terrorista hipercentralizada que se derrumbó en los siguientes
meses. La operación que realizó el Gein -una unidad de la Dircote, dirigida por
el general Antonio Ketín Vidal-, capitaneado por Benedicto Jiménez y Marco
Miyashiro, fue impecable.
Uno de los mitos que mucha gente cree es
que SL estaba a punto o cerca de tomar el poder en ese momento. En realidad, SL
ya había sido derrotado por las FF.AA. en el campo, y las brutales acciones
terroristas que realizaban en Lima y otras ciudades eran una huida hacia
adelante, acciones desesperadas. Desde 1988-89 los militares desarrollaban una
estrategia más astuta y precisa y fueron liquidando las columnas terroristas
que en 1992 estaban diezmadas, salvo en las selvas del Alto Huallaga y el Vraem
donde prosperaron en alianza con el narcotráfico.
La absurda y dogmática doctrina de Guzmán,
una burda copia de Mao Zedong, la “guerra popular del campo a la ciudad”, fue
una idea novedosa en la década de 1930 en China, un país con 95% de población
campesina, pero no tenía ningún sentido en el Perú de 1980, con 65% de
población urbana.
Aún si SL hubiera dominado el campo –y
nunca tuvo realmente zonas liberadas bajo su control- eso no le hubiera
servido. Y en las ciudades no tenían ninguna posibilidad de desarrollar la
“guerra popular”. La ciudad, como dijo Regis Debray, el teórico de la
revolución cubana, es una trampa mortal para los revolucionarios. Tarde o
temprano son capturados o abatidos por las fuerzas del orden.
Movimientos mucho más sofisticados y con
más respaldo que SL fueron aplastados en Uruguay (Tupamaros), Argentina
(Montoneros y ERP) y Chile (MIR), países más urbanizados que el Perú.
Los manuscritos de Guzmán capturados por
la policía revelaron que en su mejor momento SL poseía 250 armas de guerra
-fusiles de asalto y metralletas- y en total, incluyendo escopetas, pistolas,
etc. 921 armas de fuego. (Carlos Tapia, “Tiempos oscuros”). En Colombia, las
FACR llegaron a tener 15,000 efectivos armados y en 1999 Vladimiro Montesinos
les vendió adicionalmente 10,000 fusiles de asalto AKM. Comparativamente la
fuerza militar de SL era insignificante.
No obstante, el daño que causaron al
país fue inconmensurable, en vidas, en destrucción material e institucional.
En suma, un dilema sin solución para los
revolucionarios es que no tienen posibilidades de triunfo en una guerra
campesina y en las ciudades son indefectiblemente liquidados. Por eso ahora
buscan hacerse del poder por la vía electoral.
El segundo mito es el de la eventualidad
de un rebrote terrorista, recurrente en las últimas dos décadas. Eso es
imposible. Las circunstancias nacionales e internacionales que facilitaron el
surgimiento de SL –y del MRTA- ya no existen.
Por supuesto, un atentado puede producirse
en cualquier momento. Basta un puñado de fanáticos, explosivos y algunas armas.
Pero un resurgimiento de SL no ha ocurrido ni va a ocurrir. (Ver esta columna:
“¿Puede volver el terrorismo de Sendero?”, 10/9/17)
Finalmente, no por casualidad, dos
presidentes en cuyos períodos se derrotó al terrorismo están hoy presos,
Alberto Fujimori y Álvaro Uribe.
NOTA. Había escrito este artículo para ser publicado en mi columna Controversias en El
Comercio el sábado 12 de setiembre. La nueva crisis política producida en el
país me ha forzado a cambiarlo, por eso lo publico aquí.
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