A propósito de un libro de Antony Beevor
Fernando Rospigliosi
Hace 105 años, el 7 de noviembre de 1917
(25 de octubre en el calendario antiguo vigente en ese momento en Rusia), los bolcheviques
dieron un golpe y tomaron el poder en la caótica Petrogrado, entonces capital
del imperio, derrocando al gobierno provisional de Aleksandr Kérenski, que había convocado a
elecciones para una asamblea constituyente a fin de establecer un gobierno
democrático.
El su último libro Rusia: Revolución y guerra civil, 1917-1921 (Memoria Crítica, 2022), el historiador británico Antony Beevor, relata con su acostumbrada minuciosidad y penetrante análisis, los avatares de la feroz guerra civil, que junto con la hambruna y las epidemias conexas, causaron la muerte a entre seis y diez millones de personas.
Ese fue el costo que pagó
el pueblo ruso para que una camarilla fanática, criminal y corrupta de bolcheviques
comunistas se hiciera del poder, destruyendo la posibilidad de una transición a
la democracia y estableciendo un régimen de terror que durante 74 años asesinó,
torturó y encarceló a otras decenas de millones de personas.
En síntesis, los
comunistas finalmente se impusieron en la guerra civil porque tenían un mando
único, político y militar, muy centralizado. Y sus adversarios, los “blancos”,
estaban dispersos y divididos. No solo no tenían un mando militar común, sino
carecían de liderazgo político y, además de las rivalidades entre los
diferentes caudillos, tenían programas completamente distintos. Algunos
pretendían restaurar el zarismo –sin el zar que había sido asesinado junto con
toda su familia-, otros una dictadura y había también los que querían retomar
la asamblea constituyente aliándose con demócratas liberales e izquierdistas
moderados. Tampoco les interesaba la independencia de las naciones (Finlandia,
estados bálticos, Ucrania, el Cáucaso) ni la reforma agraria.
Las potencias aliadas que
enviaron tropas para ayudar y abastecer a los blancos, pronto desistieron de su
empeño, entre otras cosas por el hartazgo de sus soldados luego de participar
los horrores de la Primera Guerra Mundial.
Otra ventaja de los
comunistas era que ocupaban el centro de Rusia, lo que les permitía desplazar
sus fuerzas a los frentes donde hicieran más falta, mientras los blancos estaban
dispersos en Siberia, el Cáucaso, Crimea o Ucrania, sin siquiera comunicarse
entre ellos.
La ineptitud y la
corrupción fueron compartidas por ambos bandos, así como las matanzas contra
civiles, con la diferencia de que el terror fue centralizado y ordenado desde la
cúspide del bolchevismo.
Algunos extractos del
libro de Beevor ilustran esta terrible historia.
Los bolchevique no quisieron evitar la
guerra, al contrario, “Lenin, quería una guerra civil que destruyera a todos
los opositores y rivales”.
El luego idolatrado escritor Maksim Gorki,
predijo lo que ocurriría: “El 7 de noviembre, después del golpe de Estado
bolchevique, Gorki dijo en su columna «Pensamientos inoportunos», del Nóvaya
Zhizn: «Ahora la clase trabajadora debería saber que en la vida real no se
producen milagros; que tienen que prever que habrá hambre, un desorden total en
la industria, problemas en los transportes y una anarquía sangrienta y
prolongada a la que seguirá una reacción no menos sangrienta y cruda. Aquí es
donde conduce al proletariado su líder actual, y debe entenderse que Lenin no
es un mago omnipotente, sino un timador despiadado que no respetará ni el honor
ni la vida del proletariado».”
Desde el principio los bolcheviques y sus
partidarios perpetraron atrocidades: “Los obreros industriales de la vecina
Taganrog rodearon a cincuenta cadetes de yúnker que, después de haberse
acordado que les perdonarían la vida, se rindieron. Pero se los llevaron a una
fábrica metalúrgica, les ataron los pies y las manos y los fueron arrojando uno
por uno a un alto horno.”
“…los marinos de Kronstadt querían sangre y
lo asaltaron. Arrastraron a Dujonin [el último jefe del ejército zarista] hasta
el andén, le dieron de palos, lo desvistieron, «lo clavaron y levantaron con
las bayonetas» y por último mutilaron el cadáver desnudo.”
Como en todas las revoluciones populares: “En
el lugar de los altos cargos que habían servido al régimen zarista se colocó a
jóvenes arribistas y extraños caracterizados sobre todo por la ambición, que a
menudo eran incultos e ignorantes. Lenin había previsto problemas a este
respecto, pero incluso él quedó atónito por el caos y la corrupción
resultantes.”
El terror no fue casual: “Lenin pronunció una
declaración de guerra que difícilmente habría podido ser más meridiana: «¡Guerra
a muerte contra los ricos y sus parásitos, los intelectuales burgueses!».
Cuando Lenin los deshumaniza tildándolos de «piojos», «pulgas», «chinches»,
«alimañas», etcétera, en la práctica quiere provocar un genocidio de clase.”
La Checa, la policía política con poderes
ilimitados, se enorgullecía de sus crímenes y publicaba poesías: “No hay gozo
mayor, ni mejor música que el crujido de las vidas y los huesos rotos. Por eso
yo, cuando los ojos languidecen y la pasión empieza a bullir tormentosa en el
pecho, quiero escribir en tu sentencia palabras sin temblor: «¡Contra la pared!
¡Fuego!».”
“Lenin era consciente de que la Checa también
iba a atraer a criminales, asesinos y psicópatas.”
“Un mes más tarde [enero 1918] Lenin autorizó
a la Checa a torturar y asesinar, sin juicio ni supervisión judicial. Cuando
las causas se acumularon, a los chequistas les resultó más rápido y más fácil
condenar a muerte a todos los prisioneros que investigar en todos los asuntos
abiertos.”
“Los métodos de tortura a los que recurrían [la
Checa] solo pueden calificarse de medievales. A la gente le “quitaban los
guantes”, es decir, le arrancaban la piel de las manos después de sumergírselas
en agua hirviendo; se hacían cinturones con las tiras de piel que les
arrancaban de la espalda; rompían los huesos, torturaban con fuego.”
“Los marinos de Kronstadt ataban a sus
víctimas con alambre de espino antes de hundir las barcazas en las que habían
encerrado a los condenados. Con el tiempo los cadáveres aparecían en las playas
de Finlandia. (…) El 14 de enero marinos bolcheviques de la Flota del Mar Negro
mataron a unas 300 víctimas en Yevpatoria: las lanzaron al mar desde el vapor
Romania, después de haberles roto los brazos y las piernas.”
“Otras se unieron al harén de los jóvenes
comisarios, que celebraban orgías de cocaína en los grandes palacios dorados de
San Petersburgo, (…) Durante las pausas de la masacre, los guardias Rojos de
Muraviov emprendieron un frenesí de robos—bendecidos por el lema leninista de
«Saquead a los saqueadores»—que demasiado a menudo degeneró también en
asesinatos y violaciones.”
“Un destacamento Rojo llegó al stanitsa
cosaco de Gúndorovskaya y, creyendo que podía actuar con toda impunidad, se
dedicó a saquear, violar a las niñas y las mujeres, e incendiar las tiendas y
las casas más grandes.”
Los enemigos de los bolcheviques no se
quedaban atrás: “Las escenas de violación y asesinato que se vivieron durante
el saqueo de Bakú fueron atroces. «Los turcos y los tártaros entraron en la
ciudad indefensa. (…) Los cálculos del total de personas masacradas varían
mucho, entre 5.000 y 20.000, pero lo más probable es que la cifra real
estuviera cerca de los 7.000.”
Atentados de anarquistas y socialistas de
izquierda contra líderes bolcheviques suscitaron feroces represalias: “En
Petrogrado la Checa ejecutó de inmediato a quinientos rehenes como venganza
ciega por el asesinato de su jefe. (…) los asesinatos perpetrados en Kronstadt
y en la Fortaleza de Pedro y Pablo costaron la vida a 1.300 represaliados.”
Los bolcheviques fueron maestros de los
nazis: “En un anticipo de lo que, al cabo de algo menos de veinticinco años,
harían en Rusia los escuadrones de la muerte nazis, la Checa obligó a los
prisioneros a desnudarse por completo, para reutilizar sus ropas. Luego hacía
que se arrodillaran en los sótanos, o ante las fosas abiertas, de modo que los
verdugos solo tenían que levantar sus pesadas pistolas Máuser con culatín de
madera para dispararles en la nuca.”
“En 1918, los líderes comunistas habían
justificado el uso del terror como arma necesaria para obtener el poder en la
guerra civil; pero su manifestación más horrenda siguió a la hora de la
victoria absoluta. En un anticipo de las prácticas que los Einsatzgruppen de la
SS perpetrarían durante la invasión de la Unión Soviética, veinte años más
tarde, a algunas víctimas no se las obligó solo a cavar las fosas comunes, sino
también a desnudarse y meterse en la fosa para la ejecución. A la tanda
siguiente la obligaban a estirarse sobre los muertos para matarlos allí mismo.
Algunos no habían llegado a morir cuando la fosa se cubría de tierra. Cuando se
produjo la invasión nazi de la Unión Soviética, dos décadas más tarde, parece
ser que la Gestapo y la SS de Himmler no habían aprendido poco de los métodos
de la Checa.”
Los obreros que habían apoyado a los
bolchevique no se salvaron: “Durante el mismo mes de marzo [de 1919], hubo
protestas en la fábrica de Putílov, en Petrogrado, otro bastión bolchevique; la
reacción de la Checa, a instancias de Lenin, fue asimismo salvaje, con 900
detenidos y 200 fusilados.”
Como ha sucedido muchas veces en la historia,
se ensañaron con los judíos: “Se ha calculado que en Ucrania, durante la guerra
civil, se perpetraron cerca de 1.300 pogromos antisemitas, por parte de los dos
bandos, que causaron la muerte de entre 50.000 y 60.000 judíos. (…) En total,
un informe soviético de 1920 recogía las cifras de 150.000 muertos y un número
similar de judíos heridos de gravedad.”
Todo este espantoso
sufrimiento, para satisfacer las ansias de poder y destrucción de Lenin,
Trotsky, Stalin y sus secuaces.
En suma, otro excelente
libro de Antony Beevor, quizá el mayor experto en la Segunda Guerra Mundial,
que antes también había publicado un libro sobre la guerra civil española.
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