viernes, 12 de mayo de 2023

Cien años de la Escuela de Frankfurt


 Fernando Rospigliosi

        Ahora es común atribuir al marxista italiano Antonio Gramsci el éxito que ha tenido el comunismo en socavar los cimientos ideológicos, culturales, religiosos y morales de la civilización Occidental y Cristiana. En realidad, muchísimo más importante ha sido la influencia de la Escuela de Frankfurt fundada hace cien años en la universidad de esa ciudad alemana.

        La constituyeron un grupo de jóvenes y brillantes filósofos alemanes, marxistas no ortodoxos, que entendieron que la Europa industrial y desarrollada no funcionaban las recetas entonces adoptadas por todos los partidos comunistas dirigidos por la III Internacional desde Moscú. Éstos querían asaltar el poder violentamente con la clase obrera –el sujeto revolucionario- al frente, arrastrando a la masa campesina.

        Los de Frankfurt se dieron cuenta tempranamente que los obreros, que ya habían alcanzado reivindicaciones importantes y niveles de vida relativamente confortables, querían seguir superando esos logros a través de la organización de sus sindicatos y de conquistas políticas logradas en el marco de la democracia representativa. Se habían aburguesado y ya no eran revolucionarios.

        La intención de los de Frankfurt era destruir la civilización Occidental y Cristiana a la que aborrecían y de la cual disfrutaban. Provenían de clases medias altas y sectores acomodados y siempre, hasta el final de sus vidas –varios gozaron de una opulenta jubilación en Suiza-, disfrutaron de los lujos y placeres del abominado capitalismo. Auténticos caviares.

        La Escuela se fundó en 1923 gracias a la financiación de un magnate argentino de origen alemán, Félix Weil, cuyo padre, comerciante en granos, acumuló una enorme fortuna. En esa época –antes de que el país fuera destruido por el peronismo- los ricos argentinos eran realmente acaudalados. Y luego fueron sufragados por las grandes fundaciones –Rockefeller, Ford, etc.- y el gobierno y las universidades norteamericanas.

        En 1933, cuando Adolfo Hitler llegó al poder, los de Frankfurt, marxistas y judíos, escaparon a los Estados Unidos, porque sabían el destino que les esperaba si permanecían en Alemania.

        Esa circunstancia posibilitó que multiplicaran su influencia de manera desmesurada, como probablemente no hubiera ocurrido si permanecían en su ciudad de origen. Desembarcaron en el país capitalista más pujante del mundo, que no había sufrido los estragos de la Primera Guerra Mundial como Europa y no cargaría con los de la más devastadora SGM, al final de la cual surgiría como una gran superpotencia.

Cuando llegaron a los EEUU, todas las más importantes universidades se los disputaron. Eran deslumbrantes, con ideas innovadoras, provenientes de la ilustre tradición intelectual y filosófica alemana. Nunca pertenecieron al partido comunista, ni se sometieron a la rígida y esterilizante doctrina que tenía a Stalin como Papa infalible.

        La competencia la ganó la muy prestigiosa universidad de Columbia, en Nueva York, sonde sentaron sus reales. Desde 1934 empezaron a formar promoción tras promoción de intelectuales y profesionales norteamericanos, que embelesados por las novedosas y vanguardistas proposiciones –la “teoría critica de la sociedad”-, las absorbían y luego replicaban en otras de las mejores universidades en los que se convertían en docentes. Y las difundían desde la “industria cultural” que fueron dominando: medios de comunicación, cine, arte, etc. Los de Frankfurt también ejercieron la docencia en otras universidades como la de Chicago, Princeton, Brandeis y Berkeley.

        Como una mancha de aceite, el subversivo pensamiento de los de Frankfurt se fue extendiendo en la satisfecha y próspera sociedad norteamericana. Y cuando nuevas generaciones, fueron tomando la posta, las ideas se transformaron en acción. El movimiento contra la guerra de Vietnam, el hipismo, la revolución sexual, el feminismo, el racismo anti blanco, la crítica a la familia y la religión, la permisividad con las drogas, etc. estaban inspirados en las doctrinas revolucionarias de los de Frankfurt, cuyo gurú fue Herbert Marcuse -asentado en ese entonces en California, el epicentro del movimiento-, autor entre otros libros, de los muy influyentes “Razón y Revolución” (1941), “Eros y Civilización” (1955) y “El Hombre Unidimensional” (1964).

        Una característica importante de los de Frankfurt es que nunca fueron una iglesia. Compartían su odio al capitalismo, pero discrepaban en otras cosas, a lo cual se sumaban los inevitables celos profesionales. Se peleaban entre ellos, a veces virulentamente. Pero nada de eso disminuía su ascendencia, al contrario, la reforzaba.

        Después de la guerra, varios regresaron a Frankfurt y crearon filiales en otras ciudades europeas (Paris, Ginebra, Londres).

        En cambio Gramsci, fue el secretario general del Partido Comunista de Italia, encarcelado por Benito Mussolini en 1926. Fue liberado en 1935, poco antes de morir, pero gracias a eso pudo sacar de la prisión sus cuadernos, redactados crípticamente por temor a que se los incautaran.

        Gramsci había llegado a una conclusión similar que los de Frankfurt, y sostenía que para alcanza al comunismo primero tenían que ganar la hegemonía cultural en la sociedad. Pero sus escritos no tenían la fuerza, la profundidad, ni la diversidad de los de Frankfurt y recién empezaron a ser publicados después de la SGM (entre 1948 y 1951 y la “edición crítica” en 1975) y realmente se hicieron conocidos en las décadas de 1960 y 1970, precisamente cuando las ideas que él había formulado en esquema, ya se habían impuesto en los grupos que los de Frankfurt habían tomado como objetivos: los jóvenes, los intelectuales, las feministas, las minorías étnicas, etc.

        Así, un siglo después, las venenosas semillas sembradas por la Escuela de Frankfurt han florecido y están destruyendo la civilización Occidental y Cristiana desde dentro. Quizá todavía hay tiempo para impedirlo.

Nota. Los más importantes y algunos discípulos: Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Friedrich Pollock, Erich Fromm, Walter Benjamin, Leo Löwenthal, Franz Leopold Neumann, Wilhem Reich, Jurgen Habermas.


Publicado en El Reporte 9/4/23.


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