CONTROVERSIAS
Fernando Rospigliosi
Lenin y
Hitler, vidas paralelas
Aunque sus seguidores se aborrecen,
Vladimir Ilich Ulianov y Adolfo Hitler tienen enormes similitudes.
Ambos tuvieron una desmedida ambición de
poder y con una poderosa voluntad lograron objetivos que nadie hubiera podido
creer que obtendrían, provocando, cuando alcanzaron sus propósitos, catástrofes
espantosas e inenarrables sufrimientos a millones de seres humanos.
Ambos murieron relativamente temprano, Lenin a
los 53 años y Hitler a los 56. Si bien no eran asexuados, no tuvieron una vida
libertina como muchos otros caudillos y dictadores: Lenin solo tuvo una esposa,
Nadezhna Krúpskaya y una amante, Inessa Armand; a Hitler se le conoce a Eva
Braun, con quien se casó en vísperas de su suicidio. Ninguno tuvo hijos. Todas
sus energías y pasiones se volcaron a la política y a su irrefrenable ambición
de poder.
Ambos también eran moderados en otros placeres
mundanos como el comer y beber: Hitler era vegetariano, abstemio y no fumaba.
Lenin no era tan radical, pero estaba cerca. Ambos estaban muy ideologizados y
creían fanáticamente en ciertas ideas, querían reestructurar el mundo de
acuerdo a sus utopías. Ambos vivían íntegramente para la política y enfermaban
como consecuencia de los altibajos de la misma: dolores de cabeza, malestares
estomacales, etc.
A pesar ser individuos ideologizados y
fanatizados, eran absolutamente oportunistas y capaces de las más inverosímiles
alianzas si las consideraban necesarias para su sobrevivencia política. Eran
capaces de pactar con sus peores enemigos para lograr sus fines, táctica que,
por supuesto, criticaban ferozmente cuando la usaban sus adversarios.
Eran totalmente inescrupulosos y carentes de
empatía. No solo ordenaron asesinatos masivos a los esbirros que los
secundaban, sino directamente crímenes atroces, como el asesinato dispuesto por
Lenin del Zar Nicolás II, su esposa, sus 5 hijos adolescentes y menores de edad
y los criados, en julio de 1918. O el asesinato dirigido por Hitler de su
antiguo compañero Ernst Rhöm y varios de sus secuaces en la Noche de los
Cuchillos Largos, en junio de 1934.
Ambos jugaron un papel decisivo en dos de los
acontecimientos más importantes del Siglo XX, la revolución rusa y la Segunda
Guerra Mundial. Cuando en febrero de 1917 el Zar de Rusia fue derrocado y se
estableció un gobierno provisional, todos los partidos opuestos a la autocracia
estaban de acuerdo en establecer un gobierno democrático, incluyendo a los
Socialistas Revolucionarios (partido campesino) y los marxistas bolcheviques y
mencheviques. Los marxistas sostenían que la revolución debería ser por etapas,
una primera democrático burguesa y luego, cuando se hubiera desarrollado el
capitalismo, la segunda etapa socialista. Esta teoría también había sido argumentada
por Lenin. Así, todos respaldaban al gobierno provisional y querían una
asamblea constituyente que estableciera un régimen democrático burgués. Esto comprendía
a los bolcheviques, que sostuvieron eso hasta abril de 1917.
Lenin vivía en Suiza cuando estalló la Primera
Guerra Mundial, y cuando cayó el Zar solo tenía una forma de llegar a Rusia, a
través de Alemania que estaba en guerra con su país. Lenin negoció con
diplomáticos alemanes en Suiza que le brindaron un tren especial, a él y otros
revolucionarios rusos, para que atravesaran Alemania y llegaran a Finlandia,
desde donde se trasladó a Petrogrado, la capital. Así, Lenin se alió
directamente con el Estado Mayor alemán –que en la práctica era el que
gobernaba Alemania-, lo más reaccionario del imperialismo mundial, para llegar
a Rusia y propiciar la derrota de su país. Los militares alemanes querían
provocar un mayor caos en un país enemigo, y lo lograron. (Stéphane Courtois, “Lenin:
El inventor del totalitarismo”)
Esa alianza de Lenin, en cualquier época y parte del mundo, se califica como traición a la patria y tiene la pena de muerte como consecuencia. Lenin no dudó ni un momento en aliarse con los alemanes, de los cuales había recibido subvenciones económicas antes a través de Parvus, un marxista enriquecido con negocios especulativos. (Robert Service, “Lenin. Una biografía”).
Ya en Rusia, con sus “Tesis de abril”, abandonó
todas las teorías que el mismo había formulado y encarriló a los bolcheviques a
asaltar el poder. Vio sagazmente que en medio del caos eso era posible. Y lo
logró con un golpe de mano el 25 de octubre (7 de noviembre en el nuevo
calendario). Sin Lenin muy probablemente no se hubiera producido la revolución
comunista. En ese momento nadie, ni los
bolcheviques se la proponían. (Fernando Rospigliosi, “La revolución que cambió
el mundo”, El Comercio 4/11/17 https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/revolucion-cambio-mundo-fernando-rospigliosi-noticia-471106-noticia/).
En 1939 nadie
quería la guerra. Los que después fueron los aliados, hicieron las más asombrosas
concesiones a Hitler para evitarla. Los políticos de los países democráticos
eran conscientes que sus pueblos, traumatizados por la guerra anterior, no la
querían. Y el dictador totalitario de la URSS se sabía demasiado débil para una
contienda de esa magnitud. El pueblo alemán tampoco quería la guerra (William Shirer,
“Diario de Berlín.1934-1941”), ni los altos mandos militares, ni siquiera los capitostes
nazis (Ian Kershaw, “Hitler”). Solo Hitler, con su diabólica astucia y su
delirante fanatismo, fue capaz de conducir a Alemania a otra guerra que todos
querían evitar.
Y aquí, Hitler realizó también un pacto inaudito:
en agosto de 1939 se alió con Stalin –el cabecilla de lo que denominaba gobierno
“judeo bolchevique”, lo más aborrecible en el mundo- para repartirse Polonia y
recibir materias primas de la URSS que por casi dos años le permitieron
abastecerse para luchar contra sus enemigos occidentales y prepararse para
asaltar a la propia URSS.
A estos personajes les calza lo que decía
Nicolás Maquiavelo, sin la ocasión, su habilidad sería inútil y sin sus
destrezas, la ocasión llegara en vano.
Aunque ambos protagonistas provocaron con sus
fantásticas utopías catástrofes monstruosas, su legado fue distinto. La derrota
de Hitler en la guerra posibilitó que sus funestas ideas fueran repudiadas firmemente
y, en Alemania y otros países, prohibidas legalmente. Sus huesos, recuperados
por los rusos en su bunker en Berlín, fueron molidos y arrojados al río a
principio de la década de 1970.
La momia de Lenin todavía se exhibe en la Plaza
Roja de Moscú, sus ideas se difundieron por décadas y se llevaron a la práctica
en varios países y aunque ahora están completamente desacreditadas, otra perniciosa
variante del marxismo, la inventada por la Escuela de Frankfurt, ha logrado un
éxito impresionante.
Publicado en Lampadia el 29/12/21
https://www.lampadia.com/analisis/otros/lenin-y-hitler-vidas-paralelas
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